Cajon de sastre .evaristo cultural. Columna por Amalia Sato

De notas en cuadernos, de copiar de libros ajenos o en bibliotecas, o de los propios el subrayado entusiasta, hoy, y en exclusiva para Evaristo, más nombres, esenciales para sentir el mundo como un cruce de destinos generosos.

Para Alejandro Ros, hoy, por su devoción, de artista, por la obra del maestro de ikebana Nakagawa Yukio.

* A los cuarenta años, Yoshida Kenko (1383-1352) se retiró del mundo, y escribió Tsurezuregusa (Ensayos ociosos). Sospechamos que no vivió en una estricta santurronería (quienes se hacían monjes o monjas en realidad lo que hacían era manifestar ante los demás que el ejercicio de la sexualidad no era ya central en sus vidas). “Por más que descuelle en todo, un hombre que no guste del amor será alguien desolador: una preciosa taza a la que le faltaría el fondo. Humedecer los vestidos con el rocío de la noche, no saber adónde dirigir sus pasos vagabundos, perder la paz del corazón, tener el espíritu turbado por mil contratiempos y además y muy a menudo, solitario en el lecho, no poder conciliar el sueño, ¿no es esto la sal de la vida? Pasión de amor, digo, por cierto que tus raíces son profundas y tus fuentes lejanas… el deseo de la carne es lo único difícil de destruir en viejos y jóvenes, sabios y simples, todos son iguales.” Uno de los libros más reverenciados por los japoneses: al correr del pincel digresiones sobre la impermanencia, a la manera de Sei Shonagon en El Libro de la almohada, pero con otra melancolía.
* Si pienso en sushi, de inmediato me acuerdo del cuento de la escritora Kanoko Okamoto, traducido por Atsuko Tanabe, la amiga inolvidable. Un niño muy sensible y extraño, lleno de mañas para comer, que sólo chupa galletas saladas y que es el heredero de una familia de abolengo, aprende a disfrutar de la comida con los sushi que le prepara su madre. Las bolitas de arroz avinagrado coronadas con pescado, huevo, calamar, en una puesta en escena de jugar a la cocinita.
A propósito de comida, otra escena: en un relato digno de ser filmado, (Fushinchu, En construcción), Mori Ogai, un escritor de la modernización Meiji - cuando Japón se atraganta absorbiendo los modos occidentales - sitúa un encuentro amoroso entre funcionario japonés y una joven actriz alemana, en un hotel donde todo se ve fuera de escala, por la incongruencia de la decoración; y los protagonistas saborean en esa cita tensa uno de los manjares más caros en las islas, (todavía hoy en día), melón con jerez

* Haroldo de Campos y Tomie Ohtake, poeta brasileño y grabadora japonesa paulista, unidos en la producción de Yugen (Misterio), el diario de viaje de Haroldo por Japón. El prólogo y un poema.

este libro es un vuelo, un entrevuelo. imágenes y palabras se entrecapullan y se liberan como (de las crisálidas) mariposas de alas levísimas que se convirtiesen en hojas y cayesen, que se convirtiesen en pétalos y se despetalasen, se convirtiesen en seda y se deshiciesen en los hilos voladores de un intermitente poema caligráfico. los colores son palabras, las palabras colores. oriente despunta en la garganta del pájaro. las palabras son pictogramas y gorjean. el trazo del pincel es un iris de soplos que susurra bermellones, amarillos, naranjas, cinabrios, hace oír una flauta de oro o un pífano de rubí mientras, entre gestos de lila y verde-hoja, redoblan velados tonos de gris y ónix. la pintora y el poeta contemplan el corazón canoro de la palabra color. aleteos: un vuelo. este libro.

GENJI MONOGATARI
bajo la luna
de agosto
del año 1004
lady murasaki
escribió aquí
las historias de Genji

usted puede verla
resplandor de seda
kimono blanco
violeta y verde
en el acto de:

mujer-mariposa
posada en el borde
de su tintero

* Nakagawa Yukio, maestro de un ikebana heterodoxo. En estos últimos años, sus trabajos por fin lograron también la consagratoria lectura de la crítica extranjera: en 1998, al ver en París las fotografías de sus arreglos florales, exhibidas en una pequeña sala en penumbra en la Fondation Cartier para el Arte Contemporáneo, Manon Blanchette se pasmó ante su tratamiento de la materia vegetal con señuelos que jugaban con los límites de la interpretación y las adquisiciones culturales, travistiendo sin pudor la materia vegetal. En 2000 Nakagawa formó parte de la delegación a la Bienal de Shanghai. Para la Trienal de Echigo Tsumari de 2003 en Niigata (Japón), realizó el 18 de mayo un pre-evento que denominó “Dispersión de flores” y que consistía en el lanzamiento aéreo, desde un helicóptero, de los pétalos de 200.000 tulipanes sobre el verde resplandeciente de una pradera a lo largo del río Shinano; una acción que no se suspendería por lluvia y que contó con los también veteranísimos danzarines Butoh, Ohno Kazuo y Ohno Yoshito (padre e hijo, a quienes Buenos Aires conoció en 1986), bailando en las orillas bajo la colorida ducha floral.
En sus dos últimas exhibiciones de 2000 presentó, en la Galería Isogaya, una instalación de flores fotografiadas en una rápida corriente del río Nakatsu en Kanagawa, y en el Ginza Art Space, un homenaje al poeta Shuzo Takiguchi (1903-79) el introductor del surrealismo, materializado en media docena de olivos que se enseñoreaban del espacio de la galería, con sus raíces envueltas en arpillera y equilibrados entre un montón de tubos de goma pintados. Años atrás, a Takiguchi que se negaba a escribirle una presentación, pues aducía que no le interesaba el ikebana, lo había conquistado por sorpresa con una de sus prácticas recurrentes: amasar y aplastar centenares de flores y comprimirlas dentro de recipientes de vidrio boca abajo; el crítico vio cómo sobre su escritorio, en el blanco papel washi donde se apoyaba el recipiente, se iba diseñando algo con el líquido de 900 flores ahogadas, que se desangraban con la carnadura de un Soutine en una acción sádica y sacrificial – apuntó perturbado – con un efecto inédito. Final de la historia: Takiguchi pidió la gracia de seis meses de contemplación e, inspirado en un texto de Zeami sobre teatro Noh (el Fushikaden del siglo XV) redactó su ensayo “Reflexiones sobre las flores mareadas”. Para honrar la memoria de su amigo, Nakagawa se trasladó a la isla Shodo para elegir los olivos, y expuso como parte de la muestra las fotografías de su viaje.

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